miércoles, 27 de octubre de 2010

Todo comenzó con una pelota

Desde los 10 años que soy jugador de voleybol. Todo comenzó en una escuela de verano en 1995 en la playa de Frutillar. En un principio no se me dio con facilidad, pero el entusiasmo por el nuevo juego llevó a alguien a regalarme una pelota. Para un grupo de nosotros, la diversión de los recreos cambió de lugar.
Ya no era tennis de mano ("toy", como lo llamábamos) y fútbol: era voleybol.

Mal jugado, sacando de cerca de la maya e incluso permitiendo uno o dos botes, encontramos nuestro lugar en un deporte del que nadie sabía casi nada y donde no podíamos ser segregados por nuestra falta de habilidad. Para mi y probablemente para varios de nosotros fue un nuevo comienzo en una actividad que nos comenzó a apasionar y que nos permitió aprender divirtiéndonos.

Este fue el inicio de una de las generaciones más ganadoras en la historia del voleybol del Colegio San Ignacio, en un momento donde este deporte era paria y el único que no figuraba en la división de honor respectiva. Fuimos dos veces campeones del Nacional Jesuita y conseguimos el ascenso de las selecciones infantil y mini a la serie de honor del campeonato del Club Deportivo Universidad Católica. Todo proyecto deportivo comienza con las ganas de jugar y en particular nuestras campañas lograron un reconocimiento tal que el deporte fue incluido en las clases de educación física junto con Atletismo, Básquetbol y Fútbol.

Pero por más pasión que me inspire el voleybol y aunque soy seleccionado de mi universidad en este deporte debo decir que ,si hubiera podido escoger, hubiera sido futbolista. La "Molten" es como mi polola de toda la vida, pero la de 32 cascos es como una mujer que siempre he deseado y siempre me ha sido esquiva. A pesar de esto jamás falto a una cita con ella, que de vez en cuando se me muestra dócil y sumisa permitiendome acceso al placer del buen toque y la gambeta, y ese extasis voyerista que explota al verla en la red.

Así hace un par de meses, después de mucho tiempo sin verla, decidí que quería jugar fútbol. Y compré una pelota. Y junto con mi hermano juntamos un grupo de amigos en común que gustosos acudieron al llamado. Y desde entonces no hemos fallado y nos hemos convertido en un grupo compacto, algunos con ambiciones de que se convierta en un proyecto importante; algo más que sólo la pichanga del sábado. Pero aunque a veces me gane la ansiedad y vea que el grupo no se consolida tan rápido como a mi me gustaría, me siento orgulloso de ser capitán de Los Canhas FC (así nos llamamos), pues todo proyecto grande o pequeño debe tener en su base la pasión por el juego. Y de eso hay de sobra.

Tenemos un potencial y pasión ilimitados por el juego. Y pensar que ,una vez más, todo comenzó comprando una pelota...

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